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¡AQUÍ NO SE TIRA NADA!
Se apostaron durante largas horas junto a aquel remanso del arroyo que servía de abrevadero a los grandes herbívoros de la zona. Por las huellas sabían que se trataba de un macho adulto pero no dejó de sorprenderles su envergadura cuando lo vieron aparecer, de repente, entre la espesura. Las azagayas impactaron con tal fuerza sobre su cuerpo, que el ciervo cayó de lado sobre el cieno de la orilla y antes de que pudiera incorporarse ya tenía a varios cazadores encima rematándole con sus cuchillos de sílex.
Fue duro cargar con la presa hasta el asentamiento. Pero ahora su piel ya está raspada y tensada para servirnos de abrigo durante el invierno. Sus tendones tensarán nuestros arcos y sus intestinos sujetarán las hojas de nuestros cuchillos y las cabezas de nuestras hachas. Su vejiga será una estupenda cantimplora, su grasa iluminará nuestra cueva y cubrirá nuestra piel para soportar mejor el frío. Su carne nos ha brindado un estupendo festín y niños, ancianos y enfermos se nutrieron con el tuétano de los huesos. ¡Huesos! ¿Qué hacemos con los huesos?